29 abr 2010
Objeción de conciencia
En este momento, yo no tengo ninguna Ley Orgánica que me respalde, pero me voy a permitir el lujo de no escribir el post en que se me ha pedido que comente los blogs de mis compañeros (y que quien quiera consultar directamente, puede hacerlo a través de la barra derecha, en el blogroll "Compañeros de viaje"). Porque personalmente, lo considero un problema de conciencia en primer lugar: no siento que tenga ninguna autoridad, ni moral, ni académica, ni de ningún otro tipo, para comentar el trabajo de mis iguales. Desde un punto de vista pedagógico puedo entenderlo como una herramienta de involucrar al estudiante en el proceso de aprendizaje, pero, en tal caso, creo que lo adecuado sería hacerlo dentro del aula, en un espacio destinado al aprendizaje, y en la intimidad.
Un blog no es un espacio académico, decía una compañera hace unos días, porque no facilita la inclusión de citas bibliográficas. Estoy de acuerdo con ella, pero creo que no lo es por varios motivos más. Encuentro que uno de ellos es el de que es un espacio público, en el que nos exhibimos. Ello implica someternos a la posibilidad de ser juzgados, de acuerdo. Pero yo no quiero hacer uso de ese derecho con respecto al trabajo de mis iguales.
Un blog sí es una herramienta dialógica potentísima. Reconozco ese valor y he hecho uso de él, comentando en la mayoría de los espacios de mis compañeros las ideas que me han resultado más interesantes. Me gustaría que, si se quiere tener mi visión de su trabajo, se recurra al espacio de comentarios, que siempre será simbólicamente menos violento que una entrada específicamente evaluativa u opinativa.
No se trata sólo de formas. Por supuesto que podría hacer una entrada hagiográfica sobre mis compañeros, y no me costaría lo más mínimo, puesto que tengo la suerte de estar en un grupo que no sólo es variopinto sino increíblemente interesante. Por supuesto que, considerando que es un escrito público, sería cuidadosa con las formas y no tendría por qué faltar a nadie al respeto. Pero la conciencia moral es la conciencia moral (de esto saben mis compañeros más que yo), y no se trata de las circunstancias, sino del hecho en sí.
Dado que la ética blogger está todavía en proceso de construcción, procuremos hacerla nuestra. Y tal y como yo lo veo, nunca es tarde para recuperar a Kant.
24 abr 2010
El vídeo como herramienta educativa
De entre muchas otras ideas interesantes que surgieron, me gustaría rescatar la de que el vídeo está infravalorado: como fuente documental, por no saber hasta qué punto está plasmando la realidad o sólo interpretándola; y como recurso educativo, por considerarse poco académico.
Obviamente, esta posición se defiende desde la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Los que hemos estudiado en una Facultad de Comunicación (o Ciencias de la Información o como quieran llamarla; los taxistas lo resumen en "Periodismo") estamos perfectamente acostumbrados a las clases multimedia, y de hecho la pasada semana tomábamos café frente al edificio nuevo y veíamos en simultáneo las proyecciones en tres aulas distintas. Pero sí creo que el vídeo se está infrautilizando.
Como decíamos ayer, es un recurso perfectamente legítimo dentro de la educación secundaria, por su potencial ilustrativo y porque al fin y al cabo no es fácil captar la atención de la generación multipantalla. Gonzalo Abril nos mostró en clase la diferencia entre los libros de texto de hace unas décadas y los actuales y creo que resulta bastante obvio, simplemente viendo una página de uno y de otro, que el modelo de transmisión de información está cambiando. Sin embargo, más allá de lanzar un debate o de tematizar una sesión, poco se hace con este tipo de materiales.
En mi opinión, hay un problema fundamental a la hora de utilizar el vídeo "científicamente", y es la falta de soporte teórico que conlleva el hecho de que sea un soporte nuevo. Como resaltaba un compañero durante el debate de ayer, las ciencias sociales tienen perfectamente asumida su relación con la literatura, que es igualmente una interpretación de los hechos creada interesadamente por un autor, pero no con el cine. Probablemente porque la teoría literaria tiene varios siglos de ventaja sobre la teoría cinematográfica.
Mi experiencia, al menos, es que a muchos docentes les cuesta contextualizar las piezas audiovisuales. No se transmite la misma sensación de relevancia cuando se indica al alumnado que lea un texto que cuando se proyecta un vídeo. ¿Por qué este vídeo es importante? ¿En qué tengo que fijarme? Tampoco parece que haya una cultura de la recepción formada como para que se pueda confiar en que, igual que se extraen conceptos y citas de los textos, se pueda seleccionar la información más relevante, especialmente en un soporte mucho más complicado de manipular que un texto, que se subraya y permite anotaciones en los márgenes. Creo que en ocasiones damos por sentado que la costumbre de consumir cine o televisión es sinónimo de saber ver cine o televisión; que conocer los hits de YouTube nos aporta una educación audiovisual, cuando es obvio que no la tenemos. La escucha activa existe, claro que sí, y por supuesto que las audiencias son capaces de reconstruir el mosaico tras la fragmentación de las informaciones audiovisuales, pero podemos, y debemos, ir un poco más allá.
Considerando la cantidad de producción audiovisual que se está haciendo, como aspirantes a científicos sociales, deberíamos cuidar un poquito esa faceta de análisis, procurar ver más allá de los saltos de eje o los fallos de raccord, tomar una distancia crítica y considerar que, igual que aplicamos los conceptos de la teoría literaria a la sociología o al análisis de la imagen fija, deberíamos considerar la aplicación de la semiótica a este tipo de piezas (por ejemplo, el modelo semiótico-enunciacional de Manetti: ¿qué autor y qué receptor están implícitos en los textos audiovisuales hegemónicos?), para no perdernos una de las manifestaciones culturales que se están dando de forma masiva en nuestras sociedades.
Si ni siquiera nosotros hacemos ese esfuerzo de considerar los productos mediáticos como manifestación cultural, de contextualizarlos, de entenderlos en su dimensión más amplia; si aquellos docentes que ya trabajan con medios en las aulas no empiezan por tratarlos como algo más que un elemento de la iconosfera, entonces aspirar a que la educomunicación forme parte del sistema educativo de forma reglada me parece querer empeza la casa por el tejado...
9 abr 2010
Por qué no vamos a arreglar esto entre todos
El pasado jueves veíamos en clase que lo que necesitamos es aprender a conocer los contextos que hacen posible una determinada enunciación, más que analizar los enunciados en sí, si no queremos dedicarnos a hacer análisis de estereotipos. Me ha parecido una frase bastante reveladora (es lo que tiene ser nuevo en esto. Uno va todo el día con la cara de iluminado por lo que ha oído o leído. Espero que el pensamiento crítico venga a redimirme algún día, porque no puedo seguir enamorándome de teóricos y profesores nuevos cada tres días). ¿De qué contexto hablamos?
En años recientes, representantes de todo el espectro político hablaban al unísono, con añoranza y deseo, de una "recuperación dirigida por los consumidores". (...) La esperanza de que (...) las cosas se reanimen se basa en que los consumidores vuelvan a cumplir con su deber: que otra vez quieran comprar, comprar mucho y comprar más. Se piensa que el "crecimiento económico", la medida moderna de que las cosas están en orden y siguen su curso, el mayor índice de que una sociedad funciona como es debido, depende, en una sociedad de consumidores, no tanto de la "fuerza productiva del país" (una fuerza de trabajo saludable y abundante, con cofres repletos y emprendimientos audaces por parte de los poseedores y administradores del capital) como del fervor y el vigor de sus consimidores. El papel -en otros tiempos a cargo del trabajo- de vincular las motivaciones individuales, la integración social y la reproducción de todo el sistema productvo corresponde en la actualidad a la iniciativa del consumidor.
Z. Bauman (2003; ed. orig. en inglés de 1998), Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Barcelona, Gedisa, p. 48
Lo que me preocupa de esta campaña no es tanto el mensaje en sí o de quién venga dirigido (parto de la base de que los publicistas-publicitarios-comoquieraquenosllamenahora y los publirrelacionistas-relacionespúblicas-otrotantodelomismo hacen su trabajo, que lo hacen extremadamente bien, y que su trabajo obedece a los intereses de su jefe; lo que no tiene sentido es esperar que venga la publicidad a salvarnos del mercado). Lo que me preocupa, fundamentalmente, es su capacidad de atracción. Cuando mis amigos en Facebook, a algunos de los cuales considero ejemplos de pensamiento crítico, empezaron a hacerse fans de la campaña, fue cuando me eché a temblar. Empecé a preguntar por qué, y la respuesta vino a ser algo así como que "por fin alguien nos recuerda que se puede ser optimista con la que está cayendo".
El optimismo es una cosa peligrosísima, porque es muy difícil manifestarse en contra de él. Nos piden que seamos optimistas y felices, y a ver desde qué postura dices que no.
Pero yo no quiero ser una optimista y feliz consumidora. Lo siento, pero no. Y no me considero ni mucho menos marxista revolucionaria. Creo que el capitalismo hasta ahora ha dado muestras suficientes de flexibilidad como para creer que es un modelo modificable para que vuelva a ser sostenible. No hablo desde una perspectiva antisistema. Hablo desde la indignación total y absoluta sobre los excesos a los que hemos dejado que llegue el sistema.
Me niego a considerar "buenas noticias", como hacían al principio en la web (apartado renombrado con el menos polémico "Actualidad"), que las hipotecas vuelvan a concederse. El problema no es que haya menos hipotecas, el problema son las condiciones de las hipotecas, el sistema de la vivienda en general, la hiperinflación que ha sufrido un bien de carácter básico que, además, se legisló como derecho (art. 47 de la Constitución).
Y como eso, tantas otras cosas. El viernes, una compañera se sorprendía por la nueva oleada de pegatinas de "No vas a tener casa en tu puta vida". Decía que no entendía que pudiera resurgir el problema de la vivienda cuando ahora mismo ni siquiera tenemos trabajo (también recogido como derecho, en el art. 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). Efectivamente: no tenemos trabajo, no tenemos vivienda, y con el subsidio de desempleo pagamos alquileres a un nivel vergonzoso, con lo que llegamos a fin de mes a trancas y barrancas. En estas condiciones, ¿quiénes se creen que son para señalarme con el dedo y culparme?
El mensaje "Esto sólo lo arreglamos entre todos" tiene una lectura inmediata y obvia de culpabilización. Si esto no se arregla, es porque no estamos haciendo el esfuerzo que deberíamos. Y esto no es de ahora. Lo que vemos en el texto de Bauman es que es una constante de las últimas décadas. Ya no existen responsables. Ahora se lleva la responsabilidad individual y la responsabilidad social corporativa (que también es otro cantar. Estoy trabajando en ello junto a un compañero y espero poder ir avanzando sobre este tema). La responsabilidad del gobierno frente a los ciudadanos ha desaparecido. La responsabilidad corporativa sigue siendo un tema fundamentalmente de marketing, y no de ética de los negocios: o si no, que expliquen cómo es posible que los bancos que nos metieron en esto no hagan ningún tipo de revisión de conciencia y encima haya que ir a rescatarlos con dinero público para que no se produzca el crack del 29 (versión 2.0).
Lo que tenemos que plantearnos, para empezar, es si queremos que esto se arregle, o que cambie. Ya hemos visto lo que pasa cuando damos hipotecas a mansalva. ¿En serio podemos considerar una buena noticia que el mismo sistema, en las mismas condiciones, reanude su marcha? ¿No sería mucho mejor noticia que se realizase un pacto social sobre condiciones de acceso a la vivienda antes de que empecemos todos a comprarlas en pleno fervor entusiasta?
Si quieren que "esto" (que tal y como yo lo entiendo, es el subsistema económico en el que nos movemos) se arregle, quizá deberían pedírselo a los que salen ganando con ello. No a los parados, no a los que no tienen casa, no a los becarios, no a los que ya no son becarios pero siguen en situación de precariedad. Porque esos también forman parte de ese "todos", y estoy bastante segura de que no tienen ni un solo motivo racional para que esto siga adelante.
Enlaces relacionados:
www.estosololoarreglamosentretodos.org
www.estosololoarreglamossinellos.org
Páginas de Facebook contra la campaña:
Esto deberían arreglarlo los que lo jodieron
Estosololoarreglamossinellos.org
4 abr 2010
Generación Ni-Ni
"El placer de la televisión o de una residencia secundaria es vivido como una libertad "verdadera"; nadie lo vive como una alienación. Solamente el intelectual puede afirmarlo desde el fondo de su idealismo moralizador, pero esto, como máximo, lo designa a él como moralista alienado."
J. Baudrillard, La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras.
Hace tiempo que me fascina el concepto de reality show que tiene laSexta. En primer lugar, tuvimos El aprendiz, que se definía como la entrevista de trabajo más dura del mundo. Un concepto nuevo de reality, sin duda, dado que por una vez, el premio no consiste en dinero. Consiste en un puesto de trabajo. Ya me parece representativo que se considere que merece la pena renunciar a la privacidad y a la propia imagen, y encerrarse durante tres meses, para conseguir un empleo (por más sueldo de seis cifras que lo acompañe, y por más que sea junto a alguien a quien admiro tanto como a Luis Bassat).
Ahora nos traen Generación Ni-Ni, que es un reality sin premio, o algo muy similar. El premio, parece, es conseguir una actitud medianamente acorde con la que la sociedad espera, algo así como un centro de internamiento para menores pero versión alto standing. Con sus muebles de diseño, y su atención psicológica 24 horas. Un lujo.
La definición que la cadena hace del programa es la siguiente:
Aquella frase manida que se utilizaba para ligar de “¿estudias o trabajas?”, ha caído en desuso para muchos de los jóvenes de las sociedades industrializadas, porque muchos de ellos “ni” estudian, “ni” trabajan; es más, no tienen ninguna intención de hacerlo, por lo menos de momento; son lo que los sociólogos ya están empezando a denominar, “La Generación ni- ni".
¿Y cómo son estos individuos? Pues eso, más “individuo” que nunca, más “ente individualizado”, inmerso en su propio mundo, en su propia circunstancia, la que él mismo se fabrica. Es por ello que, muchos de ellos, al no haber aprehendido algunos conceptos y valores dentro de su propio núcleo familiar, y tampoco dentro de un sistema educativo que ya han abandonado y que no encuentra forma de resolver situaciones que escapan de sus competencias, quizás necesitan salir durante un tiempo de él.
Por ello las propuesta del programa “Generación ni-ni” es que pasen alrededor de dos meses en una casa especialmente diseñada para un grupo de estos jóvenes (en torno a ocho), viviendo un proceso de acompañamiento y monitorización terapéutica con un equipo de educadores en la que valores, principios básicos, herramientas y habilidades sociales, puedan arraigar en ellos y descubrir posibilidades de establecer proyectos que les ilusionen y les motiven en su vida futura. Todo ello desde la máxima sencillez, sin más pretensión que la de trabajar con ellos y dedicarles el tiempo necesario para que otras familias puedan aprender dinámicas y mecánicas educativas y de interrelación con sus propios hijos que, seguramente compartan, en alguna medida, rasgos y situaciones que van a verse en el desarrollo de las emisiones del espacio.
El programa se presenta así como el relevo del sistema educativo y de la socialización en familia, nada menos. Pongamos que les aceptamos la argumentación. En caso de que sea un paliativo para un problema endémico del sistema, ¿por qué se hace desde una cadena privada en lugar de desde una cadena pública (tanto este programa como Supernanny, que se emitía en Cuatro)?
En cualquier caso, y para la tranquilidad de la televisión pública, tampoco da la sensación de que esté funcionando espectacularmente bien. El planteamiento es disciplinario (no paran de hablar de poner normas, de exigir respeto), pero en la práctica, los psicólogos se ven desbordados por las circunstancias en todos los programas. Un amigo y yo teníamos la costumbre de comentarlo en los descansos, y la pregunta más repetida era: "¿Qué más necesitan para echarles?". La preponderancia del diálogo como forma de solventar los problemas en el discurso educativo actual, la falta de vigencia de la disciplina, no ayuda a resolver los conflictos que se dan en la casa todos los días. Porque aunque se nos olvide, a veces, aunque parezca que no se debe decir, es necesario recordar que para que exista diálogo debe haber voluntad de dialogar por las dos partes; lo cual implica una cierta formación previa (al menos, en capacidad dialógica) de la que estos chicos parecen carecer por completo.
Mientras los psicólogos pasean su condescencia y su superioridad moral por la casa y ante las cámaras, la realidad se enfrenta a ellos y, casi siempre, gana. Los chicos siguen hablando como lo hacían cuando entraron, con la misma cantidad de insultos y salidas de tono. Siguen disfrutando de sus quince minutos de fama haciendo gestos absurdos a las cámaras como provocación, y por más que les sugieren a los padres que "no caigan ante sus provocaciones", ellos son los primeros que se encuentran con dificultades para tener sus reuniones semanales y que estas sean mínimamente prácticas.
Parten del supuesto del buen salvaje. Todos los chicos son buenos, simplemente están perdidos. No tienen referentes. Sus padres no saben qué hacer. Y resulta que es un planteamiento que no está funcionando. Han encerrado a un grupo de personas muy problemáticas, con personalidades violentas, con trastornos de cleptomanía y adicción, a las que no aportan una terapia suplementaria (al menos no la vemos), y que esperan que por arte de magia, en dos meses progresen.
Y luego están los objetivos que se han marcado. Gente que ni estudia ni trabaja, dice. Lamentablemente parecen olvidarse del estado del mercado laboral en estos momentos. De acuerdo en que son personas que por decisión propia no lo hacen ("ni estudian, ni trabajan, ni tienen intención de hacerlo"), pero, ¿qué es lo que pretenden ofrecerles? ¿Qué clase de expectativas quieren que desarrollen? De momento, les mandan a trabajar a una pocería y a una granja de avestruces. A saber en qué condiciones, claro (¿quién paga sus sueldos? ¿La empresa, o el programa? ¿Están dados de alta en la Seguridad Social? ¿Y laSexta, qué tipo de contratos hace, qué porcentaje de becarios tiene en plantilla?).
Finalmente, el formato no ayuda. O es un programa educativo, o es un reality. El problema que implica combinar ambas cosas es que al final, su sistema de "acompañamiento y monitorización terapéutica" se basa, en muchos casos, en la provocación. Que los chicos son homófobos: pues les traemos a una transexual a que les corte el pelo. Que les vamos a dar unas clases particulares: pues contratamos a una profesora físicamente espectacular, para luego darles una reprimenda cuando hablen de su físico. Los propios psicólogos son una provocación. Lamento ser tan políticamente incorrecta, pero que no encuentren otro equipo que una sexóloga atractiva y un psicólogo negro parece intencionado. Aunque no emitan los comentarios relativos a él (de frases sobre ella pudimos cansarnos en los primeros programas), es obvio que las hay. No son precisamente un grupo poco prejuicioso. También resulta sorprendente que se emitan los comentarios machistas y no los racistas. ¿El género está de moda? ¿Es más adecuado reconocer que existe machismo en todos los niveles de la sociedad? ¿Creemos realmente que el racismo o la xenofobia son problemas superados?
El tema educativo vende menos. En la portada de la web del programa, a día de hoy, nos llaman a participar sobre un tema tan "educativo" como "¿Hay lío o no hay lío?", justo después de que cambien el programa de los lunes en prime-time a las doce de la noche del viernes. Una hora estupenda para que todos los chicos que ni estudian, ni trabajan, que no paran de salir y gastarse el dinero que sus padres les dan o que les quitan en drogas recreativas puedan aprender a cambiar su conducta, claro que sí.
Y es que al final, la televisión es televisión, por mejores intenciones que tengamos.
[Nota: esto no es más que una reflexión asistemática sobre un programa que, de hecho, ya no sigo. Afortunadamente, un grupo de compañeros van a trabajarlo bastante mejor de lo que yo puedo hacer en un ratito, y tengo ganas de leer sus conclusiones...]