Una antigua compañera de trabajo publica en Facebook el enlace a este anuncio, diciendo que le encanta la versión de la canción de Oasis que han utilizado, y yo me quedo totalmente patidifusa. Sólo puedo contestar "Espero que te refieras a la canción, porque el anuncio es infame", y esperar que no me pregunte por qué. A mí me parece evidente. Claro, que también me parecía evidente que había que denunciar un manual de la UNED que asegura que existen factores genéticos detrás de "algunos tipos de comportamiento humano tales como la violencia extrema, el alcoholismo y la homosexualidad". Y aparentemente ninguno de mis compañeros entiende por qué.
Yo me ceñía a aquello que nos explicaron en Semiótica de los textos culturales sobre el valor que el signo adquiere en función de aquellos a los que se encuentra yuxtapuesto, pero en el caso del anuncio de Coca-Cola ni siquiera es una mera yuxtaposición. Es una supuesta compensación. Y reconozco que mi indignación moral me supera hasta dejarme sin argumentos.
Afortunadamente y como de costumbre, Javier Rujas, que aunque esté en el post-it de "Compañeros de viaje" es evidentemente parte de esa "Gente más lista que yo", me pone sobre la pista de las balanzas barthesianas, y rebuscando de nuevo en las Mitologías (ese libro que podrías leer trescientas veces y seguir perdiéndote algo), encuentro esto.
La identificación. El pequeñoburgués es un hombre impotente para imaginar lo otro. Si lo otro se presenta a su vista, el pequeñoburgués se enceguece, lo ignora y lo niega, o bien lo transforma en él mismo. En el universo pequeñoburgués todos los hechos que se enfrentan son hechos reverberantes, lo otro se reduce a lo mismo. Los espectáculos, los tribunales, lugares donde se corre el riesgo de que lo otro se exponga, se vuelven espejo. Es que lo otro es un escándalo que atenta contra la esencia. Dominici, Gérard Dupriez, sólo pueden acceder a la existencia social si previamente son reducidos al estado de modestos remedos del presidente de la audiencia, del procurador general; es el precio que hay que pagar para condenarlos con toda justicia, puesto que la justicia es una operación de balanza y la balanza sólo puede pesar lo mismo y lo mismo.
R. Barthes, Mitologías. Extracto de El mito, hoy.
Y es exactamente a lo que me refiero. Es inmoral, y no sólo pequeñoburgués, sino escandaloso, poner en una balanza (y no lo decimos nosotros: es expreso) la industria armamentística y las "mamás" que hacen tartas de chocolate (ojo al término, también, y al mero hecho de que no se hable de tartas de chocolate hechas sino de madres, y sólo madres, que hacen tartas de chocolate).
Últimamente no paro de discutir por Facebook sobre la Ley Sinde y creo que el problema fundamental de ese tema es que nos está pasando lo mismo. Que hemos cogido una balanza y nos hemos empeñado en poner a un lado a los creadores y a otro a los usuarios de Internet; a un lado la libertad de expresión y el libre acceso a la cultura y a otro la censura y la mercantilización de los bienes culturales; a un lado los derechos de propiedad intelectual y a otro la delincuencia. Y son cosas, todas ellas, que no se pueden medir por balanzas.
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